Asociación Civil Bolivariana "Defensores del bolívar"

sábado, noviembre 21, 2009

Qué hacer con los Desocupados

(“¿Qué hacer con los Desocupados?”)

                          Manuel C. Martínez M.

                                19 nov. 09

Como sabemos, los problemas sociológicos y políticos de la sociedad moderna se reducen en última instancia a la coexistencia de personas que comen   3 (tres) veces al día y más,  con   quienes así no lo hacen ni pueden hacerlo por falta de dinero.

Entre los  segundos están los “desocupados”, aunque desde luego, salvo aquellas personas  que no están aptas para ningún oficio rentable,    tales desempleados   viven intercambiando su estado con el de los que se hallan parcial o  totalmente económica y permanentemente ocupados.

El trabajador burgués o asalariable anda en su  lucha para prepararse y ser   útil, para conseguir un patrono, para reclamar mejores salarios, para enfrentarse a otros trabajadores  a fin de desplazarlos, sobrepujarlos; para autoprotegerse de  la delincuencia menor, de los abusos  de los políticos inescrupulosos,  etc.

Curiosamente, buena parte del lumpen siempre está ocupada. Los indigentes y mendicantes, los ladrones y ladronzuelos, los pícaros, prostitutas callejeras y afines,  y los vivianes de bajo rango de la Cosa Pública se hallan en permanente actividad extraeconómica.

Es un hecho que nos movemos entre dos clases sociales básicas, dos cosmovisiones del mundo que no son  necesariamente excluyentes entre sí sino más bien con manifiesta tendencia a la mentepsícosis de  una sobre la otra. Es que el Idealismo y el materialismo terminan consustanciándose, y nuestros encontrados criterios se  distinguen  sólo por el mayor o menor peso de una de esas dos maneras de interpretar y adecuarse al mundo.

La mayoría de los pensantes intuye  o sabe que la raíz de los males sociales es atribuible al Sistema Económico, según la concepción dialecticomaterialista, o a  la tradicional, pésima y  deficiente  organización del trabajo empresarial y  gubernamental.

A los empresarios se les acusa de especuladores, de hambreadores y hasta de  genocidas. A los gobernantes se   les endilga el sambenito de no servir para garantizar el cumplimiento  de la utópica o falsa Historieta del  Contrato Social, según la versión idealista y rusoniana.

Tales críticas de ambas corrientes son tan ineficazmente periódicas al igual que  las mismas y siempre superables crisis que sufre el sistema capitalista. Téngase muy en cuenta de que las ganancias burguesas se traducen en excedentes de mercancías invendibles dentro del periodo durante el cual fueron obtenidas. Este sobrante mercantil transitorio bebe hallar empleo, y en esto consiste el crecimiento económico de la economía del país o simplemente la acumulación de capital.

Como eso es así, y hasta ahora no se vislumbra un método eficaz de reemplazar a ese “sistema”, propondremos   una manera  de facilitar un feliz  final al sistema capitalista. He aquí  la propuesta:

Contrariamente a los métodos agresivos que caracterizan la repudiada protesta comunista o “socialista”, y al mismo tiempo  a fin de detener  a los  revolucionarios y radicales partidarios de la expropiación de los medios de producción, sea esta de súbito o gradualmente, preponemos la siguiente vía que llamaremos evolucionaria, por   connotarla de manera diferente:

No participamos de la  destrucción exógena del sistema capitalista sino de la que puede llevarse a cabo desde sus entrañas mismas. A tales efectos debemos reemplazar la crítica visceral y las denuncias   estadísticas de  los “revolucionarios”   superestructuralistas, y también la de los antiimperialistas   estructuralistas.

Como observamos, los primeros caen en el idealismo mediático y criticón, superfluo, embaucador y politiquero; es propio de los economistas vulgares o “empiricistas académicos”. En los segundos se alinean  los falsos y tránsfugas  izquierdistas de oficio quienes   han chocado majaderamente contra las racionales características propias del capitalismo, y de allí su reiterada   e improductiva lucha.

Porque, y como premisa, dejemos claro   que el capitalismo  no podrá derrumbarse sólo  porque a algunos críticos y disconformes no les caigan bien los burgueses. El propio Marx aclaró en el  Prefacio de la Primera Edición Alemana de El Capital que él no había pintado de color de rosa   las actuaciones del empresario burgués ni las  del terrateniente, pero en el mismo prefacio también dejó muy claro que esas actuaciones empresariales no eran fundamentalmente subjetivas sino que respondían a objetivas o exigencias externas históricas    legalmente propias  del mismo sistema imperante sobre la impotente voluntad de aquellos.

Es muy populista y asaz mediocre, y muy propio de la piratería  mediática,  despotricar de los imperialistas, de los burgueses, de  las trasnacionales, de los “escuálidos”, del bodeguero;  y de los especuladores, de los gobernantes corruptos y hasta de  los Rectores de las Universidades quienes, por cierto en Venezuela, serán rebautizados como “caciques” en concordancia con las “Aldeas” Universitarias y comunales que por ahora están de moda en el país  de Bello y de Bolívar.

Hemos percibido que aquellas  protestas encajan perfectamente dentro de la holgura sociopolítica que el propio sistema brinda permisiva y democráticamente como aliviadero de presiones sociales causadas por inevitables disconformidades sociales reiterativas  y de nunca acabar mientras respire un solo trabajador desocupado.

Efectivamente, y por eso partiremos del irresoluto   problema del  desempleo de los trabajadores, marxistamente conocido como la formación de un  permanente “Ejército de Reserva de asalariados”. Este contingente económico  representa de hecho y contradictoriamente  la mejor forma de autofrenar  la expansión del mercado, y con ello  se   aborta  por sí mismo  cualquier nuevo brote del  capitalismo mercantil. Sin embargo, es mediante la estrategia económica del desempleo  planificado como hasta ahora  está garantizada la conservación chucuta o atrofiada de un  capitalismo que racionalmente   no puede detener la infinita carrera de  un poder que vive sólo a punta de su acumulación, que induce inconscientemente la escasez permanente y con ello termina subaprovechando los recursos disponibles.

Si partimos de que la fuente de la ganancia está en  la producción, y que tal ganancia está subsumida  en el Producto Interno Bruto (PIB), resulta que la ganancia del inversor capitalista está representada en el volumen de mercancías que cada año inevitablemente carecen de comprador dentro del mismo período, habida cuenta de que  sí no fuera así, y  si se colocara todo  el PIB, entonces   estaríamos hablando de una “economía de reproducción simple y estable”, puesto que los propios capitalistas estarían comprándose a si mismo sus excedentes. Estos excedentes suelen ser mercancías como  medios de producción, y sólo en los casos de  pleno empleo la producción crecería sostenidamente. Entonces la mano de obra se encarecería, los precios de las materias  primas ya ocupadas también lo harían, y al final la tasa media de ganancia se caería en picado.

Tal es la  consecuencia de un pleno empleo que resolvería el problema de los desocupados. A tal efecto, pues, podría comenzarse con rebajas de la jornada semanal a condición sine cua non de que las horas desempleadas en alguna empresa se empleen en otras o en las misma empresas mediante turnos de trabajo adicionales.

Tal es la sugerencia que proponemos, ya que  mal puede la demanda solvente absorber toda la oferta si esta queda parcialmente en manos del ofertante en los inventarios que representan el ahorro de cada período.

Repetimos: Si fuera de otra manera, entonces   deberíamos admitir que el mercado es la fuente de la ganancia y que sólo con la venta total de la producción de período cesaría la acumulación de inventarios.

En caso de pleno empleo, la demanda doméstica, a precios constantes,  siempre será inferior al valor de la oferta ya que esta contiene la ganancia potencial de todos los inversionistas involucrados.

Con nuestra sugerencia se propendería al  pleno empleo de mano de obra, y con este es inferible que  la economía se detendría, el ahorro o sobrante mercantil no podría seguir invirtiéndose sin mano de obra disponible. La reacción económica inmediata sería la deflación, y esta, la única forma de colocar toda la oferta  limpiamente al lado  del resto de una oferta que se representa la  acumulación de capital o plusvalor obtenido a sin contraprestación alguna. Recordemos que son dos vías complementarias para colocar el PIB: 1.- el mercado de consumo final,  y 2.- el mercado de medios de producción.

Es en el segundo mercado donde la acumulación revela definitivamente la diferencia de este sistema respecto de los  precapitalistas. En éstos, los sobrantes de la producción eran simplemente “reservas para eventualidades”,  catástrofes,  sequías, por ejemplo. Ahora las  reservas de capital pueden estar en mercancías  inventariadas, o en efectivo, oro u otros valores endosables y cambiables en los mercados internacionales.