Asociación Civil Bolivariana "Defensores del bolívar"

lunes, diciembre 22, 2008

El Medio Ambiente es Indestructible, Sólo admite Transformaciones

Por Manuel C. Martínez M.
18 dic. 08

Cuando nos paseamos por la copiosa literatura de muchos profesionales, quienes de buena voluntad están angustiados por el deterioro ambiental terrestre ocasionado aceleradamente durante los últimos 100 años, no podemos menos que reflexionar sobre la fuerza y eficacia de sus alegaciones en pro de una “defensa y salvación del planeta”.

Entre los defensores del medio se hallan profesionales, técnicos, políticos, filósofos y otros. De entrada, decimos que para ellos pareciera que es prioritario el planeta y no los asalariados que este alberga.

En esta entrega queremos acompañarlos, pero también introducir nuestras propias apreciaciones sobre este interesante tema ecologista, por no decir de esta holística problemática de los habitantes de la Tierra.

Desde hace muchas décadas, la Física nos explica y afirma que en la Tierra y posiblemente en el Universo que la comprende nada se destruye y que los cambios que allí observamos debemos asimilarlos a transformaciones, unas más complejas que otras, pero sólo transformaciones respetuosas de la constancia o eternidad de la materia. Este aserto científico representaría uno de los pocos absolutos que están quedando en pie, luego de las innovadoras afirmaciones del sabio burgués Albert Einstein, quien, de paso acotamos, muy acientíficamente negó esta indestructibilidad de la materia y terminó colocando la Energía Nuclear en un lado, y a aquella en el otro de su famosa ecuación.

No dudamos para nada de la peligrosidad y los daños del deterioro ambiental causado por una megaindustria capitalista mundial que opera sin cortapisa alguna, cuyos pocos propietarios han terminado controlando hasta el imaginario eje terrestre, cual flexible hilo de alegres titiriteros, y quienes con sus excavaciones mineras de ingentes volúmenes han desbalanceado las órbitas elípticas de la espiral rotatoria terrestre, y, cuidado, si la ó. translatoria de nuestro heliocéntrico sistema.

Ahora bien, a pesar de que la Tierra conserve su peso de nacimiento, es un hecho que la industria capitalista toma del medio materias primas a su antojo y en volúmenes y calidad no restringidos por ningún poder sobre la Tierra, salvo las, hasta ahora, inocuas observaciones que los ecologistas lanzan al mundo mediático, no menos controlado por esos mismos industriales. Estos guardianes de la naturaleza realizan desesperado intento por tocar el alma de los industriales involucrados, como si sus actuaciones económicas fueran reflexivas, que de ninguna manera lo son.

Pues bien, esos grandes industriales, deterioradores del medio, han ido cubriendo nuestra periferia planetaria con la ingente e ilimitada cantidad de materia natural utilizada para la transformativa y manufacturera producción de mercancías. Observación: los procesos productivos de mercancías son todos, absolutamente todos (otro absoluto salvado) procesos manufactureros habida cuenta de que toda, absolutamente toda, producción es mediada por la mano operadora de los asalariados. La denominación usual de industria mecanizada o fabricación honra indebidamente a la maquinaria que permite la manufactura en gran escala. Esta denominación cuadra perfectamente con la atribución que le asignan los economistas vulgares de la burguesía cuando atribuyen poder productivo a las maquinas, herramientas y materias primas. Ya los fisiócratas precedentes habían reservado la productividad a la simple naturaleza.

Echa esa digresión, retomamos el tema de arriba: Efectivamente, para corroborar aquellas afirmaciones sobre la cobertura de ciudades con mercancías provenientes de materia terrestre, basta mirar los exhibidores y aparadores de las ciudades y metrópolis, sus galpones y centros de acopio, los muelles y puertos del mundo, además de los innumerables muebles e inmuebles que la población posee en sus hogares desde los más modestos habitados por trabajadores de bajos salarios hasta los más suntuosos y suntuarios recintos aristocráticos de esos mismos industriales que nos ocupan.

Cuando eso hacemos constatamos que una considerable porción de aquellos materiales se hallan allí convertidos o transformados en los variados, repetitivos, fungibles, numerosísimos, obsoletos, descontinuados y hasta deteriorados e inservibles bienes provenientes derivados de esos materiales con cuya extracción no se ha cubierto necesidades de tantos hambrientos que pueblan este planeta, sino que sólo han cumplido fallidos fines productivos mercantiles capitalistas que deterioran el planeta y lo seguirán haciendo mientras este se siga moviendo según la cuerda económica dictada por los irreflexivos empresarios y por los dueños del mundo económico. Paradójicamente, esos industriales emplean asalariados para la comisión de ese daño al medio, unos pero pagados que otros.

Sobre esas bases calsistaeconómicas, debemos ajustar la encomiable función protectora y preventiva en pro del restablecimiento del equilibrio ecológico. Debemos hacerlo desde una óptica clasista y no en abstracto.

Sólo mediante el logro de una economía liberada del irreflexivo y antiecológico interés lucrativo del industrial burgués se podría restablecer la armonía Hombre y Naturaleza. Este desequilibrio actual no responde a las acciones del hombre en general sino a la clase de hombres que son los responsables directos del deterioro ambiental. Vale decir de los industriales esparcidos por el planeta como plaga atilesca de difícil extinción.

Lo más llamativo de ese deterioro ambiental es su irrecuperabilidad contable, su desbalance económico, al lado de un planeta que si se mantiene indestructible, no lo hace por esfuerzos ecologistas, sino por razones termodinámicas, a tal punto que el cúmulo de ganancias comerciales logradas mediante la producción capitalista por mediación de sus asalariados jamás podrá cubrir el balance rojo que seguirá ofreciéndonos un medio cada día más deprimido y desestabilizado por causa de un empleo de la naturaleza al capricho de unos pocos, en su rol de explotadores, y la inocencia de muchos en su condición de asalariados.