Asociación Civil Bolivariana "Defensores del bolívar"

lunes, mayo 25, 2009

Los Poderosos Prejuicios Antisocialistas


Manuel C. Martínez M.
24 may. 09


Consideramos que el tiempo completo de relajación del Sistema Capitalista espera todavía por muchas vueltas alrededor del Sol. La libre convertibilidad del explotado en explotador y el virulento contagio de este sistema potencian y convierten a favor suyo hasta el más ilustrado de los asalariados de formación marxiana y marxista.


Entiéndese por formación marxiana la adquirida directamente de las obras y ediciones propias de las manos y cerebros de Karl Marx y Federico Engels. Entiéndese por f. marxista la posteriormente derivada de las obras, versiones y ediciones de los intérpretes de la obra de aquellos.


Tomemos como ejemplo los Nobelados de la Literatura y Economía desde los años finales del Siglo pasado. Casi todos los artistas, literatos y pintores y músicos de elevado intelecto fueron severos críticos de las injusticias cometidas por los gobernantes y poderosos de todos los tiempos. De un tiempo para acá eso ha sufrido notorios y reversibles cambios. Por ejemplo, Karl Marx representó (y lo sigue haciendo) el crítico más objetivo y contumaz del Capital como formación socioeconómica o modo de vida bajo condiciones de explotación de muchos hombres por sólo unos pocos, relativamente hablando.


El genial Beethoven optó por suprimir el Epitafio en el nombre original de su preciosa “Tercera Sinfonía, Eroica( Emperor)”. Lo hizo como reacción a la conducta proimperialista sorpresivamente asumida por Napoleón Bonaparte cuando éste se autocolocó la corona correspondiente. El epitafio eliminado expresaba la complacencia anterior del compositor, puesto que la dedicaba a la celebración
de la memoria de un gran hombre.


Veamos la Alta Gerencia y Administración de las empresas burguesas de mayor giro económico. Casi todos esos factores terminan como socios de poderosas empresas capitalistas.


Fijémonos en la inapropropiadamente llamada Clase Media de los países del mundo mercantil. En el grueso estadístico de todos esos asalariados se puede observar una sumisión absoluta de la gestión imperialista y globalizadora del gran patronaje burgués. Estos aristocratizados de la plantilla salarial suelen desentenderse de la hambruna generada en el mundo burgués. En su defecto, usan a esta con fines económicos para repotenciar y alimentar el mismo sistema que los engendra a ellos y
a la hambruna e intranquilidad sociales que nos caracteriza desde hace más de 2 cientos años de europeizada industrialización burguesa.


La fuerte y eficaz virulencia de la mercancía capitalista es tal que basta una de sus unidades para llenar de ellas el amplio espectro de la economía del país, de una región y hasta del planeta mismo.


Fue a partir de la primera contrata de mano de obra no esclava ni feudal que todo esto comenzó. El hombre que no tiene nada qué vender como producto suyo, sino su propia fuerza de trabajo, más tarde o temprano termina vendiéndola al primer
patroncito que le proponga comprársela. De allí en adelante el comprador se hace capitalista y el vendedor asalariado, burgués y proletario, el primero explotador y el segundo explotado, y todo ocurre ante la mayor incredulidad de legos y leídos.


Luego de esa prologación, pasemos a enumerar y admirar los innegables encantos del sistema de vida más perfectamente desarrollado hasta ahora en materia de “explotación del hombre por el hombre”, y por sí mismo, agregamos nosotros:


Comprar mercancías útiles y necesarias para sus consumidores potenciales, limitarnos a su exposición en los inventarios de cualquier tarantín, y dedicarnos cómodamente a esperar por sus ansiosos compradores, es una de la pocas tareas
laborales a las que pueda dedicarse una persona, y si además con esas transacciones de compraventa su practicante logra lucrarse y hacerse rico y hasta muy rico, entonces, ¡bienvenido sea! el sistema que ha comercializado la producción de las mercancías y convertido al mundo en un mercado máximamente generalizado. Este mercado es comprensivo de la producción y compraventa del dinero, de las materias primas, de la producción y venta de los medios de producción, y, lo más interesante, representa
un sistema de vida que logró convertir a la mano de obra feudal y esclava en una mercancía libre y semoviente, encantadoramente productora de otras mercancías, como tal, susceptible de compraventa y en la cual se halla la base y la fuente de todo tipo de enriquecimiento económico. Esta mano de obra incluye técnicos, científicos y artistas, burócratas y filósofos.


Fíjese usted: Que un trabajador diligente, industrioso y vocacionalmente trabajador logre con su salario hacerse de un modesto capital burgués, o tomarlo a préstamo de algún ente financiero, con el cual iniciar prósperamente su carrera como explotador de otros asalariados como él, o inferiores a él y hasta superiores a él, no puede menos que admirarse como una de las incuestionables “bondades” de este sistema, aunque detrás de sus deslumbrantes encantos haya terminado escondiéndose la más perversa forma de vida sociohumana.


Si bien es cierto que los pocos y grandes explotadores pertenecientes a la Alta Burguesía se forman por la decantación piramidal de la inmensa masa de explotadores, tenemos que reconocer que quedan en su amplia base los numerosos comerciantes medios y detallistas, los pequeños y medianos productores. Todos ellos
representan una considerable cantidad de trabajadores y ex trabajadores obviamente satisfechos con el sistema, aunque vivan permanentemente quejándose ante cualquier impedimento regulador de la avaricia sembrada en todo comerciante, en todo industrial de un sistema que no conoce límites superiores para el enriquecimiento personal, habida cuenta de que cada “dólar” de riqueza adicional se integra al capital de propiedad privada y personal.


Otro encanto no menos importante es literalmente poder renacer de sus propias cenizas. El ejemplo nos viene dado por la extraordinaria y creciente recuperación de la economía capitalista luego de profundas debacles o crisis económicas experimentadas en reiteradas oportunidades, al punto de haber incorporado como suyos los famosos ciclos de la economía burguesa. Sólo zozobran y sucumben los capitalistas de menor giro sobre los cuales pesan mucho las eventualidades y azarosos vaivenes del mercado.


Ahora bien, es difícil hallar consensos entre trabajadores y explotadores medianos y pequeños en materia de renuncia al sistema que, en primer lugar, es el único que han conocido. En segundo lugar, renunciar al sistema que les ha permitido vivir holgadamente, y en tercer lugar un sistema de vida donde probar que unos hombres explotan o viven del trabajo ajeno de sus trabajadores es todavía materia de discusión e incredulidad casi generalizada.


Porque, sencillamente, el grueso de los trabajadores asalariados no experimenta la explotación como lo hacía el siervo medioeval y el esclavo de más atrás. El asalariado no se capacita concienzudamente para renegar de su patrono como persona que lo explote, mientras aquel logra de ésta mejoras salariales y todas esas reivindicaciones que han permitido el fomento y mantenimiento del estrato sindical.


Esas bondades y encantos capitalistas pasan a convertirse en poderosos prejuicios antisocialistas que terminan coadyuvando con el patronaje y negando las aspiraciones revolucionarias de las minorías de trabajadores que van renunciando a la conciencia burguesa y sustuyéndola por una verdadera conciencia proletaria.