Asociación Civil Bolivariana "Defensores del bolívar"

lunes, julio 06, 2009

Explotados y expropiados
Manuel C. Martínez M.
04 jul. 09

Se habla mucho sobre la propiedad. Su gran división es entre propiedad privada y p. pública o común. La propiedad privada ha privado en la historia literaria de la humanidad.

La Economía de los países ha girado sobre la propiedad privada, esta ha marcado a unos hombres como explotados y a otros como explotadores. Los primeros son los trabajadores de todos los tiempos, y los segundos los no trabajadores. Aquellos terminan como pobres, y estos como ricos.

Costó miles de años el reconocimiento de la participación del trabajo creador en los centros prefeudal, feudal y fabril de esclavos, siervos y asalariados, de artesanos y profesionales, pero hoy ya no deja lugar a dudas la relevancia de la clase trabajadora, y aun así esta sigue sin recibir su justa paga. Hasta los explotadores se han autodenominado trabajadores, y se han reservado los mejores créditos en funciones empresariales. Estos explotadores han tenido el tupé de pedirle ayudas a los gobernantes, subvenciones, créditos blandos, exoneraciones de impuestos y privilegios mercantiles varios.

Los personajes más sobresalientes de los todos los tiempos han sido los grandes terratenientes, las jerarquías religiosas, y modernamente los industriales de las finanzas, a pesar de que ninguno de ellos “tira un palo ni mueve una paja”.

Desde los prolegómenos conflictivos del siglo pasado la contienda social busca una mejor distribución de la propiedad privada sobre la riqueza sintéticamente creada por los trabajadores. Sin embargo, los cuadros de miseria en la mayoría de la población al lado de grandes fortunas y propiedades en pocas manos son cada vez más notorios y vergonzosos.

El análisis científico que practicaron algunos luchadores sociales, como Karl Marx, en su intento por demostrar que el trabajo asalariado es un trabajo cuyo valor es expropiado o no remunerado totalmente, y que tal expropiación determina la ganancia de los empresarios no ha terminado de convencer ni a los propios asalariados, ya que estos son los menos informados y los menos capacitados para semejantes consideraciones.

El solo hecho de atribuirse al trabajador una capacidad de contratista, una mayoría de edad y unas libertades constitucionales para trabajador y colocarse como trabajador, han configurado la más acabada forma de alienación conocida hasta la fecha. Los esclavos de ayer y los 27 MM de estos que aún trabajan en semejantes condiciones, y los siervos de la gleba y el manor tuvieron más orgullo y dignidad que los actuales asalariados, con muchos derechos de papel, pero muy empobrecido material y psicológicamente.

Las manifestaciones de lucha del asalariado han sido siempre por una mejor paga salarial o por el recibo de donaciones y subsidios gubernamentales que, por cierto, van con cargo a la misma ganancia que esos trabajadores beneficiarios del Estado dejaron en las empresas y que además alimentan con impuestos, como si fuera poco. Los asalariados sindicalizados jamás han luchado por la erradicación del sistema salarial, salvedad hecha del frustrado intento socialista de la extinta URSS.

Históricamente, la división del trabajo convirtió al artesano en un ser laboralmente parcelado, y cada día más cada trabajador se hace más dependiente del resto de sus compañeros de trabajo, pero sus relaciones técnicas de trabajo no logar generar entre ellos relaciones de camaradería ni toma conciencia de su importancia como grupo social. Es más, mientras más reducida es su participación en la elaboración de una mercancía, menor es la capacidad que tiene para darse la importancia que bien merece.

Por eso debemos hallar una explicación más popular al origen de esta oprobiosa división social, y al correspondiente desbalance en cuanto al uso, disfrute y disponibilidad de la riqueza creada por los trabajadores pero que al final ha resultado expropiada por quienes se han adueñado de la ganancia, y con el correr de los siglos ostentan la propiedad privada sobre casi toda la producción material creada por los trabajadores del mundo.

La división del trabajo produjo el desmenuzamiento de la propiedad de los trabajadores, estos perdieron la noción de fuerza laboral en conjunto y terminaron creyendo que sólo les corresponde lo que recibieron como salario, o, a lo sumo, un poco más, pero se han desentendido de que toda, absolutamente toda, la riqueza cultural que ha fabricado la mano trabajadora del hombre debe ser propiedad colectiva de todos los hombres.

Sólo así se revertiría la expropiación que han hecho algunos de la propiedad laboral por haberla convertido en propiedad privada. Los edificios, las casas, las calles y avenidas, los puentes represas, los bienes muebles caseros, los de los laboratorios fabriles, las armas, los libros y todo el inventario de las mercancías que existen en el mercado y figuran en los registros públicos y de comercio como propiedad privada de algunos empresarios, es, ha sido y debe ser propiedad sólo de sus creadores originales.

Porque es un hecho irrebatible que todo trabajo es estrictamente social, aun el trabajo aparentemente individual de un artesano o de un profesional en libre ejercicio. Para el logro y alcance de materias y materiales, de insumos varios, es imprescindible el concurso de muchos trabajadores, debida y técnicamente clasificados y muy variados pero concomitantes.

Luce lógico que los diferentes accionistas empresarios de las compañías reciban sus correspondientes alícuotas en función del valor de sus acciones, pero no así la paga de los trabajadores. Estos participan en bloque en la fabricación de una que otra mercancía. La división técnica del trabajo no debe suponer una división social del trabajo, este siempre ha sido y seguirá siendo colectivo y la riqueza creada también debe ser correspondientemente colectiva.

Esa indivisibilidad social laboral debe ser rescatada, porque sólo la unión del trabajo de muchos permite la creación de la riqueza. No es admisible que los trabajadores hoy sigan exhibiendo cuadros de miseria por el solo hecho de haber sido expropiados bajo la figura de trabajadores contratados individualmente pero que necesariamente han trabajado mancomunadamente.